Cuando somos pequeños vivimos en una burbuja.
Nada es tristeza, sólo ríes, sólo juegas,
todo se resume a tu infancia.
Y, ¿Qué es infancia?
Pues la mayoría del tiempo se define como la felicidad absoluta.
Cuando eres pequeño nada te preocupa,
ríes por cualquier cosa,
y da igual llorar delante de quien sea.
Se vive en un sueño, puedes hacer lo que quieras
y si eso es malo se te excusa en que "eres un niño".
No existen mayores preocupaciones,
quizás solo la pregunta habitual:
"¿Mamá puedo salir a jugar?".
Le haces gracia a los adultos,
y la mayoría del tiempo sueles ser el centro de atención.
Cuando estás comenzando a vivir,
mamá siente angustia por verte con una rodilla herida,
tú lloras si de verdad te dolió,
luego sigues jugando y todo queda en el olvido,
una simple cicatriz.
Tus padres son tus superhéroes, tus ídolos.
Pero creces y vas abandonando tu burbuja,
no todo es sueño, no todo es feliz.
Creces y te empiezas a dar cuenta que tus padres no son perfectos,
que tu madre no es una reina ni tu padre superman.
Tus hormonas revolucionan,
y por esas cosas de la vida comienzan los sufrimientos.
¿Antes llorabas por una rodilla rota?
Ahora puedes rajarte los brazos y ni siquiera lo notas,
porque ningún dolor es comparable con el que llevas dentro.
Oyes y ves cosas que tal vez no deberías.
Comienzas a sentirte sola, aunque estés rodeada de gente.
Con el paso de los años todo cambia,
quizás ya no haces tanta gracia a la gente,
quizás no eres el centro de atención,
todo gira.
Despiertas de tu sueño, date cuenta que creciste.
Bienvenida a la realidad.